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sábado, 9 de enero de 2010
LA LECTURA FIEL DE LA BIBLIA
Creemos oportuno difundir al público de habla hispana este documento de Carlos Mesters, publicado por el Boletín de la Confederación Latinoamericana de Religiosos (CLAR) en febrero de 1990. Este documento da “razón de nuestra esperanza” (IPd. 3,15) y nos sirve de guía para nuestro trabajo bíblico popular. Pablo Richard
I. Introducción: interpretación y fidelidad
1. Interpretar es posibilitar la comunicación entre dos personas que quieren dialogar. Es hacer que la palabra de la una sea traducida en el lenguaje de la otra. Por eso, el intérprete debe ser fiel a las dos personas que quieren dialogar: a la palabra de la Biblia, a través de la cual Dios nos habla, y al pueblo que hoy escucha la Palabra de Dios con la ayuda de la Biblia. “Entre estas dos fidelidades, la fidelidad al Verbo Encarnado y la fidelidad al hombre de hoy, no puede y no debe existir ninguna contradicción” (Pablo VI) .
2. La fidelidad a la Iglesia, a la Tradición y al Magisterio es tan im¬portante para la interpretación de la Biblia como lo es la raíz para el árbol. Sin ella, el árbol muere. Pero el lugar de la raíz es debajo de la tierra. ¡No aparece ni debe aparecer! El hecho de que el intérprete cite o no la Tradición y el Magisterio, no significa que su interpretación sea fiel o infiel. Lo im-portante no es citar, sino obedecer (Cfr. Mt. 21,28-32).
3. Vamos a exponer aquí cosas muy sencillas. Son las normas her¬menéuticas más elementales de la lectura cristiana de la Biblia, que nos vienen de la Tradición y del Magisterio y convergen en la Constitución Dei Verbum. El hecho de ser exactamente diez tiene sólo un valor didáctico, que facilita la memorización y ayuda a su asimilación.
II. Creer que la Biblia es Palabra de Dios
4. Esta fe es el punto de partida de todo. Es lo que más caracteriza la lectura popular de la Biblia. Es la puerta de entrada. Sin la fe, el pueblo no tendría ningún interés por la Biblia. La Biblia es Palabra de Dios porque fue inspirada por Dios (2 Tm. 3,16). Dios es el Autor (DV. 11) .
5. Por ser la Palabra de Dios, la Biblia tiene autoridad. Junto con la Tra¬dición, es la norma suprema de la fe (DV 21). La Palabra de Dios está en la raíz de la Iglesia. La Iglesia, la Comunidad, dependen de ella como el agua de su fuente. “El Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio”; debe auscultarla y guardarla para poder exponerla fielmente (DV 10).
6. Por ser Palabra de Dios, la Biblia nos transmite “con fidelidad y sin error la verdad que Dios quiso consignar en las Sagradas Letras para nuestra salvación” (DV 11). Por eso la Iglesia, la Comunidad, busca en ella una luz que guíe los pasos del Pueblo de Dios en el camino de la salvación y de la liberación. Pues la Palabra de Dios no está sólo en la Biblia. Dios habla también a través de la vida, la naturaleza y la historia .
7. Por ser Palabra de Dios, la Biblia tiene una fuerza poderosa para realizar lo que transmite. “Es tanta la fuerza y eficacia que radica en la Palabra de Dios, que viene a constituirse para la Iglesia en soporte y fuerza motriz, y para los hijos de la Iglesia en puntal de la fe, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual” (DV 21). Y todo esto acontece hoy, sobre todo en las Comunidades Cristianas de los pobres.
8. Por ser Palabra de Dios, inspirada por Dios, la Biblia “hay que leerla e interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió” (DV 21), comunicando el Espíritu a los que la leen con fe. La Lectio Divina hace que la manera de pensar de Dios llegue a ser nuestro modo de pensar. Es decir, ayuda a destruir en nosotros las falsas ideologías que mantienen prisionera la Palabra de Dios, pues ella nos “manifiesta a todos el Conocimiento de Dios y del hombre y las formas como Dios justo y misericordioso obra con los hombres” (DV 15). La Lectio Divina realiza todo lo que San Pablo nos dice en sus cartas: “comunica la sabiduría que lleva la salvación por la fe en Jesucristo” (2 Tim. 3,15); “es útil para instruir, refutar, corregir y formar en la justicia” (2 Tim. 3,16). “Comunica perseverancia y consolación” (Rom. 15,4) y sirve de “ejemplo e instrucción a nosotros que vivimos en el fin de los tiempos” (1 Cor. 10,6. 11).
III. Es Palabra de Dios en lenguaje humano
9. Por el misterio de la Encarnación, la Palabra de Dios asume las características y formas del lenguaje humano. Jesús es igual a nosotros en todo, menos en el pecado. Así mismo, el lenguaje usado por Dios para comunicarse con nosotros en la Biblia es en todo igual a nuestro lenguaje, menos en el error y en la mentira . La Palabra de Dios no es una palabra distante, alienada, substraída del curso de la historia. “En la Sagrada Escritura Dios ha hablado por hombres y a la manera humana” (DV 12).
10. Por ser Palabra de Dios, la Biblia debe ser interpretada con la ayuda de los criterios propios de la fe (DV 12), más por ser Palabra de Dios en lenguaje humano, debe ser interpretada también con la ayuda de los criterios que se usan para interpretar el lenguaje humano (DV 12). Las Encíclicas Providentissimus Deus (León XIII, 1893) y Divino Afflante Spiritu (Pío XII, 1943), fueron las que más animaron a los exégetas católicos en esta dirección.
11. Desde el comienzo de este siglo, los intérpretes usan, con mucho provecho, los métodos de la crítica literaria, de la investigación histórica, de la etnología, de la arqueología, de la paleontología y de otras ciencias (Pío XII, 20). Pero recientemente, bajo la presión de los problemas que cuestionan la fe del pueblo, sobre todo aquí en América Latina, ellos aplican también los métodos de análisis de las ciencias sociales. Algunos de estos métodos contienen presupuestos filosóficos contrarios a la fe cristiana. Su uso, sin embargo, en el decir de Juan Pablo II, no implica la aceptación de tales pre¬supuestos; por el contrario, estos métodos pueden ser muy útiles en el des¬cubrimiento del sentido de la Biblia (Juan Pablo II) .
12. “La gran variedad de los métodos puede, muchas veces, dar la impresión de una cierta confusión. Pero también tienen la ventaja de hacernos percibir la inagotable riqueza de la Palabra de Dios” (Juan Pablo II, ibid.). “Todo método tiene sus límites”. Reconocer estos límites hace parte del espíritu científico. El exégeta creyente debe tomar conciencia de la relatividad de sus investigaciones científicas. Esta modestia garantiza la autenticidad de su interpretación y mantiene su exégesis al servicio de la evangelización (Juan Pablo II, ibid.).
IV. Dios se revela a Sí mismo en su Palabra
13. “Mediante la divina revelación quiso Dios manifestarse y comunicarse a Sí mismo y los eternos decretos de su voluntad acerca de la salvación de los hombres, ‘para hacerles participar de los bienes divinos, que superan totalmente la inteligencia de la mente humana’ “(DV 6). Así, antes de ser un catálogo de verdades, la Biblia es la manifestación de la gracia, del amor y de la misericordia de Dios para con nosotros (DV 2). ¡El nos amó primero! (1 Jn. 4,19). El objetivo principal de la Biblia y de su interpretación, es ayudar al pueblo a descubrir la presencia amiga y gratuita de Dios y experimentar su amor liberador.
14. Para los pobres y oprimidos, esta revelación divina ha significado, desde el comienzo, que Dios se inclinó y llegó muy cerca para escuchar su clamor, caminar con ellos, acompañarlos en su aflicción y liberarlos del cautiverio (Cfr. Ex. 3,7-8; Sal. 91,l4ss.). Por esto, muy adecuadamente, podemos afirmar: la mayor certeza que la Biblia nos comunica es ésta: Dios escucha el clamor de su pueblo oprimido. Está presente en la vida y la historia de este pueblo y lo ayuda en su liberación Esta es la médula de toda la revelación, expresada en el nombre Yavé, Dios-con-nosotros.
15. La revelación que Dios hace de Sí mismo al pueblo sufriente, se realiza progresivamente a través de la historia (DV 2 y 14). De todos los períodos de la historia, el éxodo fue el que marcó con más fuerza la conciencia y la memoria del Pueblo de Dios. Lo marcó tanto, que el Nuevo Testamento llegó a usar imágenes y temas del éxodo para expresar el significado de Jesús para la vida. Esta misma importancia del éxodo se manifiesta hasta hoy en la liturgia de la Semana Santa. Por eso, la Teología de la Liberación, al destacar el éxodo, no innova ni se desvía, sólo imita al Nuevo Testamento.
16. La lectura de la Biblia hace el efecto de un colirio y permite encontrar de nuevo la mirada de la contemplación, ocultada por el pecado (San Agustín) , y nos hace capaces de quitar el velo de los hechos para experimentar en ellos la presencia liberadora de Dios: “¡Si ustedes hoy pudiesen oír su voz!” (Sal. 95,7). Es lo que sucede en las Comunidades Eclesiales de Base: una verdadera experiencia del Dios vivo, que surgió de dentro del caminar del pueblo, en la medida en que este camino iba siendo iluminado por la lectura fiel de la Biblia.
17. Esta revelación y experiencia de Dios son el fruto, al mismo tiempo, de la gracia de Dios y del esfuerzo del pueblo que camina y lucha. Por un lado, la revelación divina suscita la colaboración y la participación y exige la observancia de la Alianza. Por otro lado, ella “hace participar de los bienes divinos, que superan totalmente la inteligencia de la mente humana’” (DV 6). Eficiencia y gratuidad, lucha y fiesta, naturaleza y gracia, ambos se mezclan en la unidad conflictiva de la marcha del Pueblo de Dios.
18. Revelación pública como la hubo en el pueblo de Israel y en Jesús, no la habrá antes de la gloriosa manifestación de Jesús (DV 4). No obstante, esta revelación, realizada en el pueblo de Israel y descrita en el Antiguo y Nuevo Testamento, se convirtió en experiencia-modelo, canon o norma. Ella nos manifiesta cómo Dios está presente en la historia de los pueblos. Nos revela la “economía de la salvación” (DV 14), el Proyecto de Dios, “los eternos decretos de su voluntad acerca de la salvación de los hombres” (DV 6).
19. En la historia de la Iglesia, el Magisterio condenó varias veces a los que afirmaban existir una diferencia entre el Dios del Antiguo y del Nuevo Testamento (EB 28 y 30) . ¡Es el mismo Dios quien se revela en ambos! Sin embargo, la plenitud de la Revelación de Dios se hace en Jesucristo (DV 4).
V. Jesús es la llave principal de la Sagrada Escritura
20. Es una verdad repetida siempre por toda la Tradición y enseñada constantemente por el Magisterio. Jesús es el centro, la plenitud y el objetivo de la revelación que Dios ha hecho de sí mismo desde Abraham y desde la Creación (DV 2.3.4.15.16.17). Esto no quiere decir que el Antiguo Testamento ha quedado superado. ¡Por el contrario!, el Antiguo Testamento nos revela los planes de Dios (DV 14), nos ayuda a conocer al Padre de Jesucristo (DV 2.3.4.15) y enseña cómo prepararse para la venida de Jesús. “Los libros todos del Antiguo Testamento adquieren y manifiestan su plena significación en el Nuevo Testamento y, a su vez, lo ilustran y lo explican” (DV 16).
21. Sin el Antiguo Testamento, no podríamos entender todo el significado de Jesús para la vida. Pues los principales títulos, dados a El en el Nuevo Testamento, vienen todos del Antiguo Testamento: Señor, Cristo, Siervo, Hijo del Hombre, Profeta, Sumo Sacerdote, Hijo de Dios. El mismo Jesús usa expresiones, frases y temas del Antiguo Testamento para revelar el significado de su misión y su enseñanza. Por ejemplo: “Antiguamente les fue dicho..., pero yo les digo...” (Mt. 5, 2 1-48); “El plazo está vencido, el Reino de Dios se ha acercado” (Mc. 1,15); “El Espíritu del Señor está sobre mí y él me ha ungido para anunciar la Buena Nueva a los pobres” (Lc. 4,18). Los primeros cristianos llegaron a decir que Jesús estaba oculto en el Antiguo Testamento: “¡La piedra era Cristo!” (1 Cor. 10,3-4). Decían que Jesús era el Sí del Padre a todas las promesas del Antiguo Testamento (Cfr. 1 Cor. 1,20). Resumiendo: en el Antiguo Testamento ellos buscaban la cé¬dula de identidad de Jesús. ¡De este modo, más o menos, la mitad del Nuevo Testamento está llena de citas, evocaciones o interpretaciones del Antiguo Testamento! El Nuevo Testamento es el fruto que nació de la interpretación del Antiguo, hecha a la luz de la experiencia que los cristianos tenían de Jesucristo, vivo en medio de las Comunidades.
22. Esta presencia escondida de Cristo en el Antiguo Testamento, sólo es perceptible a quienes se convierten a Cristo (2 Cor. 3,16). La experiencia viva de Jesús en la Comunidad, es la luz nueva en los ojos de los cristianos, para poder entender todo el sentido del Antiguo Testamento y de su propia historia (DV 16). Todo esto es de una gran actualidad para nosotros:
23. En primer lugar, Jesús, a la luz del cual debemos leer el Antiguo Testamento, no es una teoría, una idea, alguien del pasado que ya ha dejado de existir. El es el Cristo vivo, hoy, en la Iglesia, en las Comunidades, aquí en América Latina, animando la fe del pueblo. Leer el Antiguo Testamento a la luz del Nuevo, no quiere decir que se deba hablar constantemente sobre Jesús. Quiere decir, en primer lugar, que se debe hablar desde Jesús, a partir de la fe iluminadora que nos da la certeza de que El está vivo en medio de nosotros. Cristo está, en cierto modo, a nuestro lado, y mira con nosotros hacia el Antiguo Testamento que esclarece con su luz y nos ayuda a comprenderlo.
24. En segundo lugar, no se trata sólo de descubrir, como los primeros cristianos llegaron a hacerlo, las figuras de Jesús en el Antiguo Testamento (DV 15). Se trata, en primer lugar, de ser alumnos de los primeros cristianos y de hacer hoy lo que ellos hicieron, es decir, descubrir cómo “el significado de la Sagrada Escritura puede ser relacionado con el presente momento salvífico” (Pablo VI, a los profesores de Sagrada Escritura, 1970). Porque el Nuevo está escondido en el Antiguo y el Antiguo es esclarecido por el Nuevo (DV 16). Hay un dinamismo dentro de la historia humana que viene del Creador mismo, que ha creado todas las cosas en Cristo (Ef. 1,4; Col. 1,16).
25. En tercer lugar, aparece aquí la importancia de la exégesis de los padres de la Iglesia. Ellos buscaban descubrir el fruto del Espíritu bajo el follaje de la Letra (San Jerónimo). Es decir, trataban de descubrir cómo los textos antiguos de la Biblia iluminaban la presencia viva de Cristo, la situación de la Comunidad y la vida de cada cristiano. Hacían una interpretación simbólica (sum-ballo), y sabían unir vida y fe, Antiguo y Nuevo Testamento, ayer y hoy, la historia de la Biblia y su historia contemporánea.
VI. Aceptar la lista completa de los libros inspirados
26. Existen dos listas de libros inspirados: la lista judía que comprende solamente los libros del Antiguo Testamento, y la lista cristiana que comprende los libros del Antiguo y Nuevo Testamento (existe aún una divergencia menor entre la lista de los católicos y la de los protestantes). Aceptar la lista completa es aceptar la unidad de los dos Testamentos (DV 16) y leer el Antiguo Testamento desde el Nuevo (DV 16).
27. La lista completa de la Iglesia Católica fue definida en el Concilio de Florencia en 1441 (Cfr. EB 47) y, más tarde, en el Concilio de Trento en 1546 (Cfr. EB 57-59). En la fórmula de la definición, el Concilio dice que se deben aceptar como inspirados “todos los libros tanto los del Antiguo como los del Nuevo Testamento en todas sus partes” (EB 60, DV 11). Esto significa que nadie tiene el derecho de excluir ningún texto, libro o Testa¬mento. Sólo los Evangelios gozan de una cierta primacía (DV 18).
28. Sin embargo, dadas las circunstancias y los problemas, se privilegia siempre uno u otro texto, libro o Testamento. Por ejemplo, los 16 Documentos del Concilio Vaticano II citan la Biblia 1.333 veces, de las cuales sólo 88 son del Antiguo Testamento y 1.245 del Nuevo . Sin duda alguna, el Concilio privilegió el Nuevo Testamento y, dentro del Nuevo, las cartas de Pablo. Una de las acusaciones contra la lectura popular de la Biblia parte del hecho de que se ha privilegiado el Antiguo Testamento, y dentro del Antiguo, el libro del Éxodo. Además de no ser verdadera, tal acusación no contiene nada de erróneo. El pueblo estaría sólo imitando al Magisterio. Las esta¬dísticas, por otra parte, ya han demostrado que el pueblo de las Comunidades, de acuerdo con las circunstancias y los problemas, lee todos los libros de la Biblia. No excluye ninguno.
29. En esta quinta norma no solamente se trata de una cuestión teórica del pasado. Aceptar la lista completa de los libros inspirados, significa aceptar que una misma economía divina une los dos Testamentos en un único Proyecto de Salvación y de liberación, proyecto que sólo se revela plenamente en la medida en que el Antiguo pasa a ser Nuevo. El paso del Antiguo al Nuevo comenzó en el momento de la Resurrección de Jesús, y no ha terminado aún. A cada momento, nuevos pueblos y nuevas personas van entrando en el “Camino” (Hech. 9,2). Este paso (Pascua) del Antiguo al Nuevo envuelve todo y a todos, porque todo ha sido creado por Dios en Cristo. Así, cada persona, grupo, comunidad, pueblo o nación, tiene su Antiguo Testamento y debe realizar su paso al Nuevo, es decir, profundizar su vida hasta descubrir en su raíz la presencia amiga y gratuita de Dios, canalizando todo hacia Cristo y su Resurrección. La Biblia con sus dos Testamentos es la norma, el canon, dado por Dios, para ayudarnos en el discernimiento y en la realización de nuestro paso (Pascua) de salvación y de liberación.
VII. La Biblia es el libro de la Iglesia
30. En la Iglesia existe la Palabra de Dios y el Cuerpo de Dios (DV 21). Cuando el pueblo se reúne en tomo de la Palabra de Dios, parece que formara un pequeño santuario. Es el templo vivo de que habla San Pablo (Ef. 2,21; Cfr. 1 P. 2,5). Los innumerables santuarios que hoy se esparcen por toda América Latina, sobre todo entre los pobres, son las delgadas y frágiles extremidades de la raíz que da fuerza y vigor al árbol de la Iglesia. En estos pequeños santuarios, el pueblo lee e interpreta la Biblia, consciente de que es el libro propio de la Comunidad, de la Iglesia.
31. Cuando usamos el término Comunidad en lugar de Iglesia, no queremos reducir la Iglesia Universal al tamaño de la pequeña comunidad particular o local. Todo lo contrario. “Es la fe de la iglesia Universal que se vive y expresa concretamente en sus comunidades particulares. Una comunidad particular concretiza en sí misma la fe de la Iglesia Universal y deja así de ser comunidad privada y aislada: supera su propia particularidad en la fe de la Iglesia total” (Puebla 373) .
32. Interpretarla Palabra de Dios no es actividad individual de una sola persona que quizás estudió un poco más que las otras; es una actividad comunitaria, en la que todos participan, cada cual a su modo. Juntos des¬cubren la voluntad de Dios en la lectura y en la meditación de la Palabra de Dios. El exégeta, como todo el mundo, participa con su parte (muy importante) y se pone al servicio de la comunidad (DV 12) . De este modo, muy pronto surge y crece un sentido común, aceptado y participado por todos. Es el sensus ecclesiae, o sensus fidelium, o sentido de la fe de la Igle¬sia, con lo cual la comunidad se compromete como si fuese con el mismo Dios.
33. El “sentido de la fe de la Iglesia” no significa, en primer lugar, la doctrina dada por los pastores a los fieles, sino el descubrimiento lleno de gratitud de la presencia amiga del Dios vivo, porque “movido de amor, Dios habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía” (DV 2). El sentido de la fe que la Iglesia va descubriendo en la Escritura es semejante a un inmenso río. Nace muy pequeño en los humildes “santuarios” esparcidos por la periferia del mundo. Los afluentes se juntan para formar los ríos. Las Comunidades, coordinadas por sus pastores, se encuentran y participan su fe, su manera de leer y entender la Palabra de Dios. Las Comunidades de América Latina, representadas por sus pastores, se reunieron en Medellín y Puebla y allí expresaron cuál es la voluntad de Dios para nosotros, hoy y aquí, en nuestro Continente. Lo mismo hicieron las comunidades del mundo entero. Convocadas por el Papa Juan XXIII y representadas por sus legítimos pastores, se reunieron en Roma en el Concilio Vaticano II. En los 16 Documentos conciliares expresaron la voluntad de Dios, que descubrieron a la luz de su Palabra, para los cristianos del mundo entero. Así va creciendo el “sentido de la fe de la Iglesia”.
34. Este sensus ecclesiae, fielmente guardado y transmitido bajo el mirar vigilante del Magisterio, es el espacio dentro del cual se debe leer e interpretar la Biblia. Es el marco de referencia, nacido de la meditación comunitaria de la Palabra de Dios, que nos permite entender el sentido de la Biblia para nosotros hoy.
35. Interpretar la Biblia de acuerdo con la Tradición y el Magisterio, exige no solamente una identificación teórica con la doctrina de la Iglesia, sino también, y más que todo, una identificación práctica con la vida de la Iglesia. Exige que el intérprete se una, muy concretamente, a una comunidad. Porque, normalmente, es a través de la vivencia en comunidad cuando entramos en contacto con la acción del Espíritu Santo, vivo y presente en la Iglesia. Sin el Espíritu es imposible interpretar correctamente la Sagrada Escritura (DV 12).
36. “La Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas (DV 10). Esta unión entre los tres no es automática ni mágica. Como la unión de Jesús con el Padre, ella se realiza a través de la obediencia, a veces muy dolorosa (Cfr. Heb. 5,8; Fil. 2,8; Jn. 4,34; 8,28-29). Antes de pedir obediencia a sus súbditos, el Magisterio debe él mismo obedecer y estar muy ligado a la Tradición ya la Escritura. Luego sí puede, y debe, pedir esta misma obediencia a los súbditos, pues “ejerce su autoridad en nombre de Jesucristo” (DV 10). Pero no debe organizar la doctrina de tal manera que la profecía, lo nuevo que cuestiona, se tome sinónimo de herejía o de re¬beldía. La obediencia no excluye que pueda y deba haber siempre un Pablo que cuestione a Pedro (Cfr. Gál. 2,14).
37. “El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado únicamente al Magisterio de la Iglesia” (DV 10). Este oficio ha sido ejercido pocas veces. No son muchos los textos cuyo sentido haya sido declarado auténticamente por el Magisterio. Esto no significa que, en la interpretación de los otros textos, el intérprete no necesita tener en cuenta la fe de la Iglesia. El papel de la Iglesia y del Magisterio en la interpretación de la Biblia, no consiste sólo en declarar auténticamente el sentido de uno u otro texto controvertido de ésta. Su papel es mucho más amplio: estimular y animarla lectura de la Sagrada Escritura, defenderla contra posibles desvíos, mantenerla dentro del marco de la Tra¬dición y del objetivo de la Palabra de Dios, difundirla entre el Pueblo de Dios para que ella llegue a ser el alimento diario de todos los fieles (Cfr. DV 21-25) .
38. Consideradas así las cosas, el Magisterio puede mirar con gratitud el fenómeno que marca con más fuerza la historia de las Iglesias en América Latina: los pobres leen la Biblia en comunidad, desde su fe y su realidad, encuentran en ella la luz y la fuerza para su caminar y su lucha, y basándose en la Biblia, denuncian y corrigen muchas cosas erradas en la sociedad, en la Iglesia y en la familia.
VIII. Tener en cuenta los criterios de la fe
39. Para descubrir todo el sentido de la Biblia, no basta la razón. “La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue es¬crita” (DV 12). Para alcanzar este objetivo, es necesario atender a los crite¬rios propios de la fe cristiana, que son tres: “Hay que tener en cuenta con no menor cuidado el contenido y la unidad de toda la Escritura, la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe” (DV 12). Los tres tienen el mismo objetivo: descubrir el sentido pleno de la Biblia, impedir que su sentido sea manipulado y evitar que el texto sea aislado de su contexto y de la tradición que lo generó y lo transmite. Veamos los tres:
40. Tener en cuenta el contenido y la unidad de toda la Escritura. Este criterio nos muestra la importancia de tener una visión global de toda la Biblia. Porque la visión de conjunto amplía el sentido de un texto, ayuda a situarlo dentro de su contexto (literario, histórico y teológico), ilumina las distintas partes y los detalles, e impide que se absoluticen ciertos textos en detrimento de otros. Es un criterio elemental, muy antiguo, que viene de los rabinos y de los Padres de la Iglesia, según el cual la Biblia se explica por la Biblia.
41. Tener en cuenta la Tradición viva de toda la Iglesia. La Tradición tiene que ver con la Biblia antes, durante y después de la misma Biblia. Antes de escribirse, la Biblia fue narrada. Luego, fue escrita poco a poco, en un proceso de transmisión de las historias y doctrinas, costumbres y tradi¬ciones del pueblo. Finalmente, una vez escrita, continuó transmitiéndose de generación en generación, hasta hoy, dentro de una tradición viva. Aquí hay varios aspectos que deben ser considerados:
42. Primero. Es muy importante señalar que un texto no cayó sor¬presivamente del cielo; nació dentro de la tradición viva de la fe del Pueblo de Dios, quedándose en medio de los conflictos de la marcha. Leído y re¬leído por las generaciones posteriores, el texto fue llevado por la Tradición como un barco por el río. Este proceso de lectura y relectura está en el origen de la Biblia .
43. Segundo. La Biblia, dentro de la Tradición viva de la Iglesia, es la continuación de este proceso; es el mismo río, que corre en dirección al mar, y empuja el mismo barco. No se puede dejar de lado la Tradición de la Iglesia, para quedarse sólo con el texto. La interpretación de la Biblia, a través de los siglos, fue explicitando el sentido. Hizo nacer el fruto poco a poco, cuya semilla estaba en la Biblia. Además, la vivencia de la misma fe en situaciones diferentes, hizo surgir tradiciones diferentes que ya aparecen en la Biblia y marcan toda la historia de la Iglesia. El estudio de la Tradición nos ayuda a descubrir cómo la misma fe puede ser encarnada y vivida en las situaciones tan diferentes que viven nuestras comunidades.
44. Tercero. Todo esto nos muestra la importancia del estudio de la exégesis de los Santos Padres (DV 23) . La exégesis de los Santos Padres es importante sobre todo a causa de la visión siempre actual con que mira, lee e interpreta la Biblia.
45. Tener en cuenta la analogía de la fe. El texto debe ser leído no solamente dentro del conjunto de la Biblia y del conjunto de la Tradición, sino también dentro del conjunto de la vida actual de la Iglesia. Debe obedecer no sólo a las exigencias de la fe de antes, sino también a las exigencias de la fe de hoy. Esto se llama analogía de la fe. “La fidelidad a la Palabra Encarnada exige también, en virtud de la dinámica de la Encamación, que el mensaje se haga presente, en su integridad, no sólo al hombre en general, sino también al hombre de hoy, a quien ahora es anunciado el mensaje. Cristo se hizo contemporáneo de algunos hombres, hablando su lenguaje. La fidelidad que se le debe, requiere que esta contemporaneidad continúe. Es la tarea de la Iglesia con su Tradición, su Magisterio y su predicación” (Pablo VI) . Así, la Biblia es colocada en su debido lugar dentro del plan de Dios, evitándose las exageraciones y restricciones indebidas.
IX. Tener en cuenta los criterios de la realidad
46. Los criterios de la realidad se sitúan en dos niveles diferentes: la realidad del pueblo del tiempo en que fue escrita la Biblia y la realidad del pueblo que hoy lee la Biblia. Ambos tienen sus respectivas exigencias que deben ser tenidas en cuenta en la interpretación. Se trata de descubrir el suelo común humano que une al pueblo de la Biblia con el pueblo de América Latina en una misma situación ante Dios, y así crear la abertura para lograr percibir el alcance del texto en lo que se refiere a nuestra reali¬dad.
47. Tener en cuenta la realidad del pueblo de aquel tiempo en que fue escrito el texto. Sobre este punto, el Magisterio no deja ninguna duda. “El intérprete debe transportarse con el pensamiento a aquellos tiempos antiguos del Oriente” (Pío XII, 20). Debe investigar la situación y la cultura del tiempo del escritor del texto bíblico y descubrir las circunstancias que lo llevaron a escribir, para que pueda llegar a comprender el sentido exacto del texto (DV 12). Para alcanzar este objetivo, el intérprete debe usar las ciencias con sus variados métodos . Los métodos de análisis de las ciencias sociales nos ayudan a percibir mejor el aspecto económico, social, político e ideológico de la situación del pueblo en aquellos tiempos. De este modo, con la ayuda de las ciencias, el intérprete establece el sentido-en-si del texto, y lo prepara, para que el lector pueda descubrir allí el sentido que tiene para nosotros. Es decir, el intérprete establece “una cierta con naturalidad entre los intereses actuales y el tema del texto, para que pueda estar dispuesto a entenderlo” (Pablo VI) . La necesidad de tener en cuenta la realidad del pueblo del tiempo en que fue escrito el texto, es consecuencia natural de nuestra fe en la encamación de la Palabra de Dios en la historia humana. Es también una forma de fidelidad a la Tradición de los Padres de la Iglesia. Antes de buscar los frutos del Espíritu, ellos mandaban investigar la letra y la historia. Aún más, situando el texto en el contexto concreto y conflictivo de su origen, ayudamos al lector a superar el fundamentalismo que causa tantos problemas y estragos en la fe del pueblo.
48. Tener en cuenta la realidad del pueblo que lee hoy el texto. La Biblia nació de la preocupación de volver a encontrar, en la realidad conflictiva de cada época, el llamado del mismo Dios de siempre. El mismo Jesús explicó la Biblia partiendo de los problemas que los dos discípulos de Emaús esta¬ban viviendo (Lc. 24,13-35). Pablo VI dice que no basta al intérprete exponer el sentido histórico del texto. Debe exponerlo también “en relación con el hombre contemporáneo” (Pablo VI) . Y en otro de sus discursos añade: “La fidelidad al hombre moderno, aunque ardua y difícil, si queremos permanecer enteramente fieles al mensaje, es necesaria” (Pablo VI, a los profesores de Sagrada Escritura, 25.09.1970). Aquí, en América Latina, esto significa fidelidad a los pobres. Por lo tanto, la opción preferencial por los pobres definida en Puebla, es el punto de partida desde donde debemos leer e interpretar la Biblia para todos, ricos y pobres, sin ninguna excepción.
49. Leer la Biblia desde los pobres exige que se descubran y analicen las causas que generan la pobreza, causas económicas, sociales, políticas e ideológicas. No se trata aquí de la lectura reduccionista de la Palabra de Dios. No se reduce nada. ¡Por el contrario!, se ensancha el ángulo de visión, incluyendo lo que antes no se consideraba. La interpretación dejó de ser es¬piritualista y alienada, y pasó a iluminar las situaciones más concretas de la vida del pueblo. ¡Volvió a ser una Buena Nueva para los pobres! Ayuda a alcanzar el objetivo principal de la Biblia: “¡Si ustedes pudiesen oír hoy su voz!” (Sal. 95,7).
X. La lectura orante de la Biblia
50. La Biblia debe ser leída e interpretada en el mismo Espíritu en que fue escrita (DV 12). Como hemos visto, esto exige del intérprete que use los criterios de la fe y de la realidad. No obstante, aún no basta. El descubrimiento del sentido depende no solamente del estudio, sino tiene que ver también con la vivencia tanto de la fe como de la vida del pueblo. Exige crear un ambiente en el cual el Espíritu pueda actuar, obrar libremente y revelar el sentido que el texto antiguo tiene para nosotros, hoy, aquí en América Latina. Se llama “sentido espiritual”.
51. Esto significa, concretamente, que se debe: 1) Crear un ambiente de escucha y de silencio. 2) Tener una preocupación constante de profundizar en la vida del pueblo con sus problemas, y dejar que las alegrías y las tristezas de éste entren en nuestra mente, nuestro corazón, nuestras manos y nuestros pies. 3) Integrar todo en la oración. 4) Dedicar un tiempo a la celebración de la Palabra y no sólo al estudio. 5) Hacer que el estudio termine en la participación, la oración y el compromiso concreto. 6) Dar la debida importancia a la liturgia, los sacramentos y el Oficio Divino, y también a las formas de piedad que el pueblo ha creado para celebrar y animar su fe. 7) Saber celebrar la Palabra como Sacramento de Cristo, vivo en medio de la Comunidad. Ahora, todo esto es exactamente lo que el pueblo nos enseña a través de su práctica. Este nunca se reúne en tomo de la Palabra de Dios, sin rezar y cantar.
52. Una palabra vale no sólo por la idea que transmite, sino también por la fuerza que comunica. No sólo dice, sino que también hace. No es úni¬camente un medio de concientización, sino también un medio de transmitir el calor y la fuerza del amor y la amistad. ¡Luz y fuerza! Estos dos aspectos de la Palabra de Dios deben ser provocados por la lectura de la Biblia. El término hebraico dabar significa, al mismo tiempo, palabra y cosa: dice y hace, anuncia y presenta, enseña y anima, ilumina y fortalece, es luz y fuerza, es Palabra y Espíritu. En la historia de la Iglesia, este tipo de lectura recibió el nombre de Lectio Divina, muy recomendada por el concilio (DV 25).
53. El intérprete debe someterse, él mismo, al juicio de la Palabra de Dios y dejar que se encame en su vida: “El que escruta la Sagrada Escritura es, primeramente, escrutado por ella y, por tanto, debe acercarse a ella con espíritu de humilde disponibilidad, necesario para la plena comprensión de su mensaje” (Pablo VI) . Y en otro discurso, citando a San Agustín, el Papa dice: “A los que se consagran al estudio de las Sagradas Escrituras no basta recomendar que sean versados en el conocimiento de los pormenores del lenguaje; además de eso, lo primordial y al mismo tiempo sumamente necesario, conviene que oren para comprender (orent ut intelligent)” (Pablo VI) .
XL. Toda exégesis debe estar al servicio de la evangelización
54. La exégesis no tiene finalidad en sí misma, ella está al servicio de la vida y de la misión de la Iglesia. La misión principal es la evangelización, que busca la transformación de las personas y de la sociedad. Al hablar de los métodos de interpretación, el Papa Juan Pablo II dijo a los miembros de la Pontificia Comisión Bíblica: “En la Iglesia, todos los métodos deben estar, directa o indirectamente, al servicio de la Evangelización” (Juan Pablo II) . En efecto, por la naturaleza de su trabajo, el exegeta siempre corre el peligro de encerrarse en sus preocupaciones científicas y olvidar el objetivo de la Palabra de Dios. Además, “la fidelidad a su tarea de inter¬pretación exige del exegeta que no se contente solamente con estudiar aspectos secundarios de los textos bíblicos, sino que ponga en evidencia su mensaje principal que es un mensaje religioso, un llamado a la conversión y una Buena Noticia de Salvación, capaz de transformar la persona y la sociedad humana toda entera, introduciéndola en la comunión divina” (Juan Pablo II, ibid.).
55. Esto exige sobre todo dos cosas: 1) Durante todo el tiempo del estudio de la Biblia, el exegeta debe tener presente la realidad del pueblo que ha de ser evangelizado. 2) Para que la Iglesia, cada Comunidad, sea real¬mente evangelizadora, no sólo con las palabras, sino primeramente por el testimonio de vida, debe permitir que la Palabra la transforme en señal y en muestra gratis de aquello que quiere anunciar a todos. Para lograrlo es nece¬sario que su vida toda sea alimentada y penetrada por la Palabra de Dios, hasta el punto de “alumbrar el entendimiento, confirmar la voluntad y encender el corazón” (DV 23).
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